martes, 25 de octubre de 2005

Juanito O. y Edurne P.

Lugar del robo: Diario íntimo de Bruce. (Escrito fechado el 22/09/04)

Reconozco que siempre me han cargado los alpinistas, o montañeros como les decíamos hace años. Cuando era un muchacho, el montañismo era una actividad muy reputada entre las Fuerzas Vivas. Los sotanados tenían muy bien conceptuados a aquellos jóvenes que, sin otra recompensa que la satisfacción personal, ascendían cumbres y se acercaban un poco al cielo. Los militares y los paramilitares (aquí se llamaban falangistas) elogiaban las virtudes masculinas del escalador; constancia, resistencia, valor y amor a la patria (siempre llevaban una banderita para colocarla en la cima.) Un montañero era un alma blanca cabalgando sobre dos cojones bien puestos, una interesante mezcla de santidad y testosterona.
La práctica del montañismo tenía además una ventaja adicional para "las familias". Al ocupar los fines de semana y los puentes con una actividad noble, se evitaban las tentaciones y las actividades reprobables; discotecas, malos compañías, golfeo callejero, droga y todo aquello que tarde o temprano, más bien temprano, conduce a la promiscuidad y al libertinaje que son, como todo el mundo sabe, los pedales de la bicicleta del diablo.

Como puede verse por lo anterior soy presa de todo tipo de prejuicios con relación a los escaladores y, por tanto, lo que viene a continuación debe cogerse con pinzas teniendo en cuenta que el que suscribe no sería un juez imparcial si quien ocupara el banquillo fuese un trotacumbres, un coleccionista de ochomiles. Viene a cuento la perorata por la reiterada presencia en los medios de Juanito O. Y Edurne P. Ambos sufrieron graves congelaciones tras el accidentado descenso del pico K2 que, antes, habían coronado con éxito. Juanito O. es el alpinista que más ochomiles ha conquistado y Edurne P. una de las mujeres más reputadas en el alpinismo internacional. Ambos comparten habitación el hospital de la MAZ donde el doctor A. máximo especialista en congelaciones, les aplica tecnología punta para salvar el máximo de dedos posibles y que, nuestros héroes, puedan seguir escalando cumbres. La cobertura periodística de esta aventura, también de otras parecidas corrió a cargo del programa "Al filo de lo imposible". En este programa se filman todo tipo de hazañas en las que aventureros de toda índole y condición se afanan en la noble actividad de jugarse la vida para ejemplo y deleite de los más pequeños ( es un programa muy recomendado en las escuelas). Estos aventureros de nuevo cuño se distinguen del aventurero tradicional en los motivos por los que asumen el riesgo. El aventurero tradicional, el novelesco, se juega la vida por una causa noble (o considerada noble en el momento en el que se desarrolla la acción) en general salvar la vida de inocentes. Su aventura tiene un propósito ajeno al protagonista mismo. El aventurerismo contemporáneo, el que sale en televisión, no tiene motivo alguno sino "el placer de la aventura" o "la superación de un desafío" eufemismos que apenas encubren una ansiedad muy masculina y ascentral; demostrar que uno mea más lejos que nadie o que la tiene más larga que nadie. El alpinismo de hecho se considera un deporte.
No tengo nada contra los osados. Asumo que hay quien, para disfrutar de la vida necesita flirtrear con la muerte. Ahora bien, estoy contra la consideración altruista que generalmente se tiene de los practicantes de este tipo de actividades que se consideran ejemplificadoras y fomentables y aptas para todos públicos. Más bien pienso al contrario, los profesionales del riesgo, los frecuentadores del límite no suelen ser personas altruistas sino todo lo contrario, dedican su vida a la satisfacción de su impulso básico sin tener muy en cuenta a sus familias o amigos que sufren ante la razonable posibilidad de la muerte de un ser querido. Tampoco estoy de acuerdo que, a los practicantes de tan estrambótica obsesión, se les considere héroes y que se financien con fondos públicos sus expediciones con la condición de colocar en el pico la banderita de su comunidad autónoma y, menos todavía, de costear peligrosos rescates y no estoy hablando de abandonarlos a su suerte sino simplemente propongo que, en último término, los costes de las expediciones deberían correr a cuenta de los expedicionarios y sus agrupaciones.
En un diario escrito a cuenta de un viaje al sudeste asiático, Escohotado relata un viaje relámpago al Amazonia con el interesante propósito de consumir todo tipo de drogas que la rica flora autóctona proporciona en tan exóticos parajes. Varios adultos originarios de distintos países, entre ellos nuestro hombre, se reúnen para vivir experiencias perceptivas a través de la ingestión de sustancias psicotrópicas. Todos ellos eran conscientes que asumían un riesgo al consumir sustancias potencialmente tóxicas. ¿A alguien se le ocurre financiar este tipo de expediciones con fondos públicos? ¿Debemos fomentar entre nuestros pequeños consoleros tan peligrosas experiencias? Ni siquiera Escohotado, al que tengo por erudito y razonable, sería partidario de semejante cosa.
¿Por qué no tratamos de la misma forma las respetables peripecias de J. O: y E. P.? ¿Por qué son ellos tan loables?

¡Montañas nevadas, banderas al viento...!

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